José Carlos Aranda se ocupa de nuestra Inteligencia Natural

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José Carlos Aranda nos habla de Inteligencia natural

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José Carlos Aranda, es doctor en Filología hispánica y profesor de Lengua española y Literatura. Además de contar con décadas de experiencia como docente también se dedica a divulgar sus descubrimientos e investigaciones en materia de educación, psicología y neurociencia. Con él hablamos sobre su último libro Inteligencia natural (El Toro Mítico) que se centra en el desarrollo de las emociones y el aprendizaje desde los 0 hasta los 12 años. Un manual que ayuda a los padres a enfocar la educación de sus hijos incluso antes de que éstos nazcan. Siempre desde una óptica positiva y abogando por la felicidad como el objetivo más importante que puede llevar a cabo un ser humano.

Inteligencia natural ayuda a aprovechar las diferentes inteligencias (cognitiva, emocional, social y moral) de los más pequeños, buscando un equilibrio entre ellas. El método más adecuado para ello, según este libro, es estimular las capacidades que todos poseemos cuando nacemos y evitar la educación que parte de la negatividad, las limitaciones, la competitividad mal entendida o la desesperanza.

Sobre todo ello, le preguntamos a este estudioso del aprendizaje que cuenta entre sus obras con diversas publicaciones dedicadas a la divulgación de la educación y las diferentes formas de aprendizaje como El libro de la gramática vital (Almuzara) o Manual de redacción para profesionales e internautas (Berenice), por citar algunas de sus obras. Os dejamos con sus respuestas.

¿Cómo surge la idea de escribir Inteligencia natural?
Surge por suerte. Hoy soy escritor porque un antiguo alumno mío, Antonio Cuesta, se hizo editor. Habían pasado 25 años cuando nos encontramos por casualidad. Me había sufrido durante tres años como profesor y como tutor: «Hay un libro que me gustaría publicar y creo que tú eres el indicado», así empezó mi aventura como escritor de libros técnicos con Cómo se hace un comentario de texto. Lo mismo ocurrió con Inteligencia natural, fue él quien pensó que tenía mucho  que transmitir como padre y como profesor y me lanzó el reto de hacerlo. Llevo una vida tratando de educar a mis alumnos, a mis hijos, a mí mismo. Pensé que sí, había mucho que decir porque hay muchos conceptos erróneos deambulando por todas partes.

Cuéntale a los lectores de Olelibros.com ¿qué ideas valiosas pueden extraer de la lectura de este ensayo?
Es un libro que no nos puede dejar indiferentes. El primer factor educativo es la familia, por eso se dedican más de cincuenta páginas en el libro a algo tan elemental como fomentar un clima de armonía en el que el niño pueda desarrollarse como ser humano. Hay una idea base que atraviesa cada página: educar es fácil y es inevitable. Educamos desde nuestro ser, con nuestra forma de hablar, de relacionarnos con los demás. El niño observa permanentemente y discrimina la información. Su cerebro la captura y desarrolla unos patrones de comportamiento como respuesta de supervivencia. A partir de ahí, lo que hemos de tener en cuenta es que si queremos educar primero hemos de saber qué valores tratamos de inculcar y comprender la evolución del cerebro para no exigir lo que no nos pueden dar ni permitir desvíos que degeneren en hábitos o actitudes que limiten su desarrollo. Pero es importante asimilar una idea: nadie da lo que no posee. Cuando un padre me dice «No comprendo cómo mi hijo no es feliz cuando le doy todo», siempre le hago la misma pregunta: «¿Le has dado la certeza de que su propio padre es feliz?». No es un libro para leer de un tirón, es un libro para mantenerlo al alcance de la mano e ir releyendo a medida que tu hijo va creciendo para comprender qué está pasando en su mente y cómo puedes actuar en cada momento.

El éxito en la vida no consiste en tener un buen trabajo -que también-, sino en ser capaz de soñar un proyecto de vida y llevarlo a cabo desde la coherencia y la serenidad. Y eso se consigue armonizando nuestras inteligencias: cognitiva, emocional, social y moral. Esa creo, es la clave del libro. No solo atender al conocimiento, sino a lo que el alma necesita para conocerse y conocer.

¿Qué crees que tiene que cambiar en el sistema educativo actual para que las generaciones venideras se desarrollen plenamente como seres humanos?
Tiene que cambiar la concepción misma de «educación». No educa la escuela, la escuela instruye y apoya a la familia en el desarrollo de la educación. En este sentido, hablo de la necesidad de «educación preventiva». Hay grandes campañas sobre hábitos de vida saludable, ¿por qué no se informa a la población de los buenos hábitos para la educación? A un niño no podemos darle de comer todo lo que quiere, porque no es saludable; tampoco podemos comprarle todos sus caprichos ni permitirle pasar seis horas al día viendo la televisión, por ejemplo, porque genera malos hábitos que le pasarán factura.  Tenemos que lograr «escolarizar la familia», que comprenda que la educación en casa es básica y que debe actuar coordinada con el centro educativo durante todo el proceso; y tenemos que «familiarizar la escuela» atendiendo más a la persona que al conocimiento, desde la comprensión de que la emoción es la llave del aprendizaje. No sirve de nada explicar nada a un alumno que no quiere aprender. Primero la motivación -mover las emociones-, luego la instrucción.

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José Carlos Aranda, en una de las presentaciones de Inteligencia natural

¿Cómo detectan unos padres que algo no anda bien en la educación de su hijo, cuáles son esas líneas rojas?
Lo detectamos de forma intuitiva, cuando algo no va bien lo sentimos. Creo que el indicador más claro es que tu hijo no sonríe, no comparte contigo, se aísla. Pero cada persona es diferente, de ahí esa intuición que hace que te salten las alarmas cuando ves que a tu hijo le está pasando algo. En este sentido, las madres sois muchísimo más sensibles. El que debamos o no actuar dependerá de qué le esté ocurriendo. Hay un principio básico: educamos para la autonomía. El niño debe aprender a enfrentarse a las situaciones y resolverlas por sí mismo. Siempre debemos actuar por persuasión, pero cuando observamos que cruza determinadas líneas, las que yo llamo «rojas», hemos de actuar con decisión y por imposición por su bien. Debemos perder el miedo a la disciplina cuando esta es necesaria, por ejemplo, cuando el niño pequeño trata de establecer una relación de exclusividad con la madre o trata de apropiarse de juguetes que no son suyos, si consentimos estos comportamientos abrimos la puerta al síndrome del emperador y estaremos lacrando sus emociones y su capacidad de relación con los demás. No es un buen punto de partida.

¿Cómo pueden conseguir los padres que sus hijos desarrollen esa curiosidad que es la piedra angular del aprendizaje?
Yo invertiría la perspectiva. Lo que hemos de conseguir los padres es no secar su curiosidad. Cuando matamos la curiosidad matamos al niño que llevamos dentro porque nos cerramos la puerta al crecimiento y al desarrollo. Pero la curiosidad es innata en el niño, desde el nacimiento explora permanentemente. Facilitemos esa exploración y fomentemos la curiosidad aplaudiendo sus preguntas. No le demos las respuestas, seamos compañeros en la exploración del conocimiento, así le enseñaremos el camino.

¿Y qué tienen que revisar los padres de sí mismos para conseguir transmitir a sus hijos esa curiosidad?
Lo más importante es comprender que ser padre es una dedicación a tiempo completo. Comprar un piano no te convierte en pianista como tener un hijo no te convierte en padre. Hay que convivir y entregarse. El principio es muy elemental, si tenemos en cuenta que el 90 % de lo que discrimina el cerebro de un niño lo aprende de lo que observa, no de lo que le decimos, hemos de tener el valor de convertirnos en la imagen de lo que deseamos que él sea. Dicho de otra forma, hemos de tener el valor de educarnos para educar. Si quieres que tu hijo sea curioso, sé curioso, hazte preguntas y busca las respuestas… Y deja que el te vea, te siga y te acompañe en la alegría de encontrar respuestas.

También destacas en tu libro la necesidad de aprender a ser autónomos, ¿qué beneficios reporta esa autonomía y cómo conquistarla?
Ser felices no es estar en un nirvana permanente, eso es euforia y es producto de una circunstancia y una descarga hormonal en el cerebro, es algo pasajero. Ser feliz es un estado mental de serenidad que se cimienta en tres principios: autoestima -me acepto como soy-, la certeza de que la vida es una sucesión de problemas -situaciones para las que no tengo preparadas respuestas y debo elaborarlas- y confianza en mi capacidad de resolución -soy capaz de dar respuesta-. La tercera fase requiere el entrenamiento en la autonomía. El niño instintivamente la busca desde el nacimiento a través del aprendizaje de la locomoción y el habla. Después quiere seguir aprendiendo para demostrarnos que ya es mayor. Lo que debemos preguntarnos es si merece la pena vestirlo, lavarle las manos o ponerle la mesa. En esos casos, le impedimos -con la mejor intención- que adquiera destrezas y, lo que es peor, los hacemos dependientes. El principio de autonomía se cimienta en una regla muy sencilla: «No hagas por él lo que pueda hacer por sí mismo». Y eso desde bien chiquitos.

¿La inteligencia emocional todo lo puede?
Si ponemos un vaso de agua bajo un grifo, ¿cuánto tardará en llenarse? Dependerá de la capacidad del vaso y de la cantidad de agua que vierta el grifo. Bien, el componente genético es la capacidad del vaso, nuestras capacidades innatas; pero lo que mantiene el grifo abierto o lo cierra son nuestras emociones. Cuando estamos en modo defensivo no somos receptivos al aprendizaje porque estamos bloqueados, en una situación de miedo o estrés, por ejemplo. Cuando estamos tranquilos aparece el explorador y situamos el cerebro en modo aprendizaje. Ahí estamos creciendo. La velocidad a la que se llene el vaso dependerá de la intensidad y del esfuerzo marcados por la voluntad. Nadie puede obligar a otro a hacer lo que no quiere, luego la puerta del conocimiento y del crecimiento personal siempre estará en la zona límbica, en nuestras emociones. Pero lo importante es que comprendan y comprendamos que no tenemos por qué ser genios, basta con tratar de ser cada día la mejor versión de nosotros mismos. Eso a lo largo de una vida da para mucho.

¿La última, qué te gustaría que pensase el lector cuando acabase de leer Inteligencia natural?
Me encantaría que pensara que es posible educar hijos felices, aún más, que la felicidad es algo posible, necesario y urgente. Y, a partir de ahí, que emprendan la aventura de ser colaboradores activos en la empresa de crecer. Lo que alimenta el alma no es el trabajo que realizamos, ni el coche que tenemos, ni la casa de les ofrecemos, lo que retendrá su memoria es nuestra sonrisa y nuestros brazos abiertos para abrazarlos. Esa es la fuerza de la transformación que desearía en los lectores de mis libros.

Cuéntanos qué te ha parecido la entrevista y comprártela. Eso nos anima a seguir trabajando.

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