Katarina Bival nos acompaña en nuestras horas bajas con las horas bajas de Anette
Katarina Bivald nos propone una novela fresca, ácida a veces y muy divertida. Si quieres pasar un rato sin pensar en nada más que en esta pobre protagonista con serios problemas de nido vacío, este es tu libro.
El título, la verdad, no es alentador, nos indica que nos encontramos ante una novela de estas ligeras, sin mucho argumento que, en fin, no nos van a hacer pensar demasiado; y no es que sea Fausto de Goethe, pero desde luego es una novela con enjundia. Más de la que parece a primera vista.
La protagonista: mujer madura que ha sido madre soltera con 19 años y que se separa de su hija porque ésta se va a la universidad. El panorama que le queda es un trabajo en un supermercado por horas y toda una vida poco llena por decirlo de alguna manera. Sí, tiene amigas, con las que se toma unas cervezas de vez en cuando en un lugar que me gustaría visitar aunque fuese una vez «La cocina etílica» (un nombre genial para un sitio perfecto). La protagonista, también, tiene madre, pero no se lleva demasiado bien con ella, nunca se han entendido y ahora que su progenitora tiene demencia no parece que lo vayan a conseguir. El caso es que Anette, que así se llama el personaje central, se descubre ordenando y limpiando su casa. Una gran afrenta para su filosofía de vida y decide que ya está bien y que, tal y como dice su amiga Pia (un secundario de lujo), tiene que buscarse una vida, como sea.
Entonces, rescata una vieja promesa hecha a sí misma que seguramente habría olvidado ya de no ser porque no le han ido las cosas tan bien como ella esperaba. ¿Que qué promesa es? Se empeña en conducir una moto. Este parece ser uno de los objetivos que no ha conseguido hacer aún de todos los que se hizo cuando cruzó la barrera de la pubertad (y teniendo en cuenta lo tontos que solemos ser en esa edad, sus objetivos no están nada mal, que conste). Aunque a juzgar por su situación ha dejado de cumplir más de uno. Ahí reside una de las bondades de la novela: el personaje central piensa una cosa y el lector piensa otra muy diferente en muchos momentos de la lectura.
A partir de ahí, la novela sigue su curso fluido y veloz hasta el final. En ese transcurso pasan muchas cosas que por supuesto no voy a revelar aquí, así que te tendrás que acercarte a esta lectura para saberlo.
Además, también hay amor, aunque no muy real, dejémoslo así, pero es bastante divertido y revelador como para perdonarle determinadas licencias literarias.
El caso, resumiendo, es una novela de esas que cuando terminas te gustaría que se fuera escribiendo por las noches para poder regresar a ella de vez en cuando. En esos momentos en los que la vida se pone difícil y cuesta arriba, tener abierto un libro como este es un bálsamo, sin duda.