Cuando abrimos un libro, siempre esperamos viajar, pero ¿qué pasa cuando ese viaje nos lleva a lugares tan oscuros que preferiríamos evitarlos? Infierno de Neón, la última novela del valenciano Juan Ramón Barat, hace precisamente eso. Barat, reconocido escritor y profesor de Literatura, se adentra valientemente en una historia incómoda, perturbadora y profundamente real sobre la trata de mujeres y la esclavitud sexual.
Con un estilo narrativo audaz, esta novela no solo engancha desde la primera página, sino que obliga al lector a enfrentarse con una realidad dolorosa, esa que preferimos ignorar y que palpita detrás de las luces frías y artificiales de los prostíbulos de carretera. En esta entrevista, Barat nos revela qué lo impulsó a descender voluntariamente a este infierno y cómo construyó un relato que combina la denuncia social con una trama profundamente existencial. Prepárate para una conversación sincera y reveladora que te hará reflexionar profundamente sobre los límites del bien y del mal.
Entrevista a J.R. Barat
Hoy charlamos con él para entender qué mueve a un escritor con una trayectoria sólida, a un profesor acostumbrado a buscar la luz en las letras, a bajar voluntariamente a los infiernos. Para preguntarle por qué decidió escribir sobre algo que todos sabemos que existe, pero que pocos se atreven a mirar a los ojos. Venid conmigo, porque esta conversación promete profundizar y remover tanto como la propia novela. Y creedme: merece la pena quedarse.
El origen del «Infierno».
Juan Ramón, el título «Infierno de neón» es una metáfora poderosa que evoca una oscuridad urbana, artificial y desesperada. ¿Cómo nace la idea de abordar un tema tan espinoso como la trata de blancas y las mafias de la prostitución? ¿Qué vivencia, noticia o reflexión fue la chispa que te impulsó a escribir esta historia que es, en esencia, una novela de denuncia?
RESPUESTA:
Hace unos años yo vivía en Lorca (Murcia). Trabajaba de profesor en un instituto público de la ciudad. Lorca es una ciudad situada entre Murcia y Almería, no lejos de la costa. Relativamente cerca de mi casa había un prostíbulo de carretera, con sus luces llamativas de neón. No era el único. Por la costa del Levante suele haber bastantes burdeles parecidos. Cierto día leí la noticia en la prensa de que ese prostíbulo tan cercano a mi residencia había sido clausurado porque la policía había desmantelado una red de proxenetas. Me llamó mucho la atención, como es lógico, y leí la noticia. Los explotadores eran hombres españoles y rusos, que trabajaban con un método sencillo y muy eficaz. Los rusos se encargaban de reclutar chicas del este de Europa (rusas, letonas, estonas, bielorrusas, ucranianas…), muchachas de 20 años, rubias, de piel blanca, ojos azules… En fin, como son la mayoría de las chicas de esta zona geográfica. Se les hacía un contrato de trabajo para cuidar niños o ancianos, con buenos sueldos, y se les adelantaba una cantidad del dinero que iban a percibir para los primeros gastos. Muchas chicas caían en la red con facilidad. Tengamos en cuenta que estos países tienen muchos problemas económicos, sociales y laborales. La idea de venir a España a trabajar y ganar dinero era muy sugestiva para la gran mayoría de estas jóvenes. Venían a España, dejando atrás familias, novios, amigos, etc., con la idea de regresar en unos años… Cuando llegaban a nuestro país se encontraban con el horror de bruces. Todo era mentira. Las encerraban en burdeles y las obligaban a trabajar como prostitutas. Para amedrentarlas, usaban con ellas todo tipo de violencia, psíquica y física. Las que causaban demasiados problemas eran eliminadas sin contemplaciones. Yo seguí la noticia, tomé notas, busqué información… Descubrí que hay muchos prostíbulos en las mismas condiciones. Cuando me vine a dar cuenta, tenía muchos datos… En realidad, disponía de lo necesario para contar una historia real y terrible, y consideré que estaba en la obligación moral de echar una mano a estas chicas y denunciar lo que estaba sucediendo. Así nació la novela.
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“Cuando llegaban a nuestro país se encontraban con el horror de bruces.
Todo era mentira”
Un héroe existencialista.
El protagonista, Matías Vidal, no es un detective ni un policía, sino un profesor de Filosofía que atraviesa una profunda crisis personal, reflexionando sobre Kierkegaard y el «nihilismo pasivo». ¿Por qué elegir a un intelectual, a un hombre de pensamiento, para arrojarlo a un mundo de acción y violencia brutal? ¿Es su transformación la verdadera tesis de la novela: que la ética y el sentido de la vida solo se encuentran al abandonar la atalaya de la indiferencia?
RESPUESTA:
Como he dicho, yo trabajaba como profesor en un instituto de Lorca. Impartía Lengua y Literatura. No me fue nada difícil inventar un personaje como Matías Vidal, que en algunos aspectos se parecía bastante a mí: docente, en un centro educativo de Secundaria y Bachillerato, rodeado de un ambiente provinciano, hasta cierto punto, rural, en una zona geográfica muy clara: en la frontera entre Murcia y Almería, una tierra con muchos conflictos sociales, mucha inmigración ilegal, gente sin escrúpulos para enriquecerse, etc. En esa labor de crear un personaje, fui introduciendo algunos puntos que me interesaban. Le asigné el papel de profesor de Filosofía, porque eso me permitía desarrollar algunos planteamientos de tipo metafísico, ético o moral, como el sentido de la vida, el nihilismo pasivo, el compromiso ético con la realidad, etc. También inventé lo del matrimonio destruido. El abandono de la esposa, que se marcha con el hijo pequeño, invitaba a pensar en una desesperación del protagonista, que venía muy bien. El profesor anodino y gris, que había llevado una vida plácida y silenciosa, de pronto se veía arrojado a una realidad grosera. Estaba solo, sin encontrar el sentido a su existencia, y encima se convertía de la noche a la mañana en testigo de un crimen atroz. Ante sus ojos, de repente, se descubría un mundo de horror que era real. Cuando estaba forjando este personaje, yo mismo me preguntaba qué habría hecho yo en su lugar… Traté de meterme en su piel… Todo el mundo de Matías Vidal se había desmoronado de repente, como un castillo de naipes, y ante él solo había oscuridad y miedo. Miedo a enfrentarse a sí mismo. Miedo a enfrentarse a la verdad de un mundo cruel. Había que tomar una decisión. Seguir siendo un cero a la izquierda, un don nadie, un personaje sin historia, o pasar a la acción. Como se dice al final del texto de la contraportada. Matías vio llegado el momento de convertirse en otra persona: un héroe o un loco.
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“Había que tomar una decisión: seguir siendo un cero a la izquierda o
pasar a la acción.”
La arquitectura del mal.
La novela se estructura en dos tramas paralelas que se entrelazan: la de Matías y la de la organización criminal. Nos muestras la mafia no como un ente abstracto, sino como una jerarquía con rostros y rutinas, desde el sicario como Pepe el Negro hasta el capo casi empresarial como don Carlos. ¿Cómo fue el proceso de construir esta galería de personajes viles? ¿Te interesaba explorar la idea de la «banalidad del mal», donde los actos más atroces se convierten en simple «negocio»?
RESPUESTA:
Por desgracia, la novela es tremendamente realista. Era necesario construir la novela a partir de dos tramas paralelas que acabarán confluyendo antes o después. El mundo silencioso, anodino, de Matías Vidal, con sus problemas cotidianos y su pequeña tragedia personal, por una parte. Y, por otra parte, el mundo del crimen organizado. Evidentemente, el mundo de las mafias es un mundo muy bien estructurado. No hay nada improvisado. Aquí hay jerarquías. Grandes jefes, jefes medianos, y esbirros o sicarios que ejecutan las órdenes sin miramientos. O comes o te comen, ese es el lema. Sobre todo, teniendo en cuenta que no hay una sola mafia, sino varias. Las mafias compiten entre ellas por el control del negocio. Es algo así como las mafias de la droga. Y la reputación de una organización criminal en estos ambientes es fundamental. De ahí que no se permitan errores ni despistes. El que la pifia la paga con la vida. Eso explica que en la novela aparezcan los sicarios de la más baja estofa, como Pepe el Negro, El Peque o el Gitano Torres; esbirros intermedios como Pancho Carrasco o Churruca; jefes importantes como Cesare Parelli; grandes capos, como don Carlos, y por supuesto policías corruptos, como Pacheco. La novela se estructura en capítulos y los capítulos en secuencias, que permiten alternar los dos mundos: el del profesor y el de los mafiosos, de tal manera que el lector se puede identificar poco a poco con la realidad de un personaje más o menos de su estilo, con un entorno familiar, amigos, costumbres que son las de cualquier ciudadano medio… Al mismo tiempo, la brutalidad de las escenas de los delincuentes se va intercalando de manera gradual en la trama anterior, hasta que las dos historias se confunden en una sola. El lector se ve, de pronto, dentro de una espiral de horror a la que no puede sustraerse.
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“El que la pifia la paga con la vida. O comes o te comen.”
Dar voz a las víctimas.
Pese a la inmensa oscuridad, los personajes femeninos como Cruz, su hermana Lucía o Svetlana, no son meras víctimas. Les otorgas un pasado, anhelos y una dignidad inquebrantable, incluso en la derrota. El trágico final de Cruz y la promesa de Matías de cantarle «la canción más bonita del mundo» es devastador. ¿Qué importancia tenía para ti humanizar a quienes esta maquinaria busca despojar de todo, y si crees que, aun en este infierno, puede existir un atisbo de amor o redención?
RESPUESTA:
Era fundamental dar verosimilitud a la novela. Los personajes femeninos juegan un papel crucial porque son las víctimas de una realidad demoledora y cruel. Son seres de carne y hueso. Tienen familia, sueños, esperanzas… No son muñecos, ni objetos de usar y tirar… Cada una de ellas protagoniza una historia estremecedora. Vienen a España a buscar un futuro laboral. Algunas dejan a sus padres y hermanos. Otras dejan al novio. Otras vienen siendo menores de edad… Todas quieren ser felices y llegan a España creyendo que van a encontrar una oportunidad de mejorar su vida… Hay que contar sus historias. Es necesario que el lector se meta en su piel, en su alma, conozca su pasado y llegue a empatizar con ellas… Es la única forma de que su tragedia nos estalle en la cara, nos provoque vergüenza, rechazo, indignación… Solo nos podemos solidarizar cuando conocemos en profundidad la desgracia de un ser humano. Un ser que es como nosotros… Por eso la importancia de Svetlana, Natascha, Cruz, Lucía, etc.
El paisaje como personaje.
En tu biografía se destaca tu amor por la naturaleza y tu crianza en un ambiente agrario. Sin embargo, «Infierno de neón» nos sumerge en un «paisaje quemado», de invernaderos de plástico, clubes de carretera y páramos desolados entre Murcia y Almería. ¿Cómo influyó tu propia conexión con la tierra a la hora de retratar su opuesto, este paisaje deshumanizado que funciona como un perfecto telón de fondo para la tragedia?
RESPUESTA:
En efecto, yo nací y crecí en un ambiente rural. En la huerta de Valencia. Mis padres eran campesinos y teníamos vacas en el establo. Desde siempre, me he sentido muy afín a la tierra, los árboles, las cosechas y el mundo agrario. Para cualquiera que conozca la huerta valenciana, sabrá que estamos hablando de un auténtico vergel… Por razones laborales, fui destinado como profesora a la ciudad de Lorca (Murcia). Aquel es un territorio muy distinto al de mi infancia y adolescencia. Tierra seca, paisaje quemado por el sol y la ausencia de agua, invernaderos, mares de plástico… Una tierra dura y áspera… Allí he vivido 19 años y conozco bien a sus gentes y sus costumbres. En algunos aspectos, sí podríamos hablar de que se trata de un paisaje deshumanizado, sin vegetación, cuarteado por la sequía, con mucha inmigración que trabaja en régimen de esclavitud, muchos abusos… La realidad es muy grosera. Los problemas sociales, laborales o raciales se acumulan sin que nadie acierte a dar con la solución. Hay una serie televisiva titulada Mar de plástico, que retrata bastante bien el problema. En ese clima de crispación y violencia latente, no es difícil suponer que hay redes y mafias dispuestas a sacar rédito de los más desprotegidos, que suelen ser por lo general los inmigrantes que llegan dispuestos a cualquier cosa con tal de escapar de su miseria.
La suspensión de la ética.
A lo largo de la novela, Matías reflexiona sobre la «suspensión de la ética» de Kierkegaard. Al final, él mismo parece llevarla a cabo, tomando la justicia por su mano de una forma violenta e irreversible. ¿Es este el único camino posible cuando las instituciones fallan, como parece sugerir la figura del honesto, pero a veces impotente Inspector Corrales? ¿Planteas una pregunta incómoda sobre los límites de la justicia individual frente a la sistémica?
RESPUESTA:
Como ya hemos apuntado, lo que ocurre en Infierno de neón es bastante real. Fijémonos en los miles de años que está el hombre sobre la tierra y lo poco que ha avanzado desde el punto de vista moral. Siguen imperando la maldad, la corrupción, el abuso, la injusticia… ¿Es que el ser humano jamás conseguirá crear un mundo sin guerras y sin violencia? Pues me temo que sí. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el hombre lleva la semilla del bien y del mal en su interior. Todos tenemos una parte oscura. Todos somos un poco envidiosos, vengativos, rencorosos, violentos y egoístas. Eso explica que haya tantas calamidades: los conflictos armados, el tráfico de seres humanos, la producción armamentística, la droga, la prostitución, el tráfico de órganos, la explotación humana, la insolidaridad, etc. En la novela se tratan algunos de estos temas. Nuestro protagonista ha intentado llevar siempre una vida sin sobresaltos, como la mayoría de las personas, sin meterse en problemas, aunque el mundo que lo rodea, nuestro mundo, se desmorona poco a poco. Basta ver las noticias diarias para darse cuenta de lo mal que está todo (desempleo, inmigración, cambio climático, guerras interminables, amenazas nucleares…). Cierto día, nuestro personaje, sufre una experiencia brutal, inesperada, y tiene que abandonar ese estado de calma existencial y pasar a la acción. Es el momento en que él reflexiona sobre “la suspensión de la ética”, eso que había dado sentido a su vida, pero a partir de ahora ya no le va a servir… ¿Qué haríamos nosotros en su lugar? ¿Qué decisión tomaríamos si en un momento de nuestra vida de repente ocurriera un hecho fortuito que nos obligara a cambiar drásticamente el rumbo de la existencia? A lo mejor nos convertíamos en alguien como Matías Vidal.
Después de la última página.
Como escritor y como persona que «sueña con un mundo más justo», ¿qué esperas que sienta o piense el lector tras cerrar «Infierno de neón»? Más allá de la trama adictiva, ¿cuál es el poso, la conversación o la reflexión que te gustaría generar en la sociedad sobre esta terrible realidad que, aunque la ignoremos, parpadea cada noche bajo las luces de neón?
RESPUESTA:
Todos tenemos la obligación moral de mejorar el mundo que hemos heredado. Al menos, de intentarlo. Yo, como profesor durante muchos años, y ahora como escritor, tengo claro que mis libros han de contribuir a ese fin. Debo denunciar los abusos, la corrupción, la maldad que nos rodea, que está en todas partes, y hacerlo sin medias tintas, con la crudeza que el asunto exige. Hay que conseguir que el lector se sienta incómodo, que reflexione, que se vea salpicado por el horror. Dicho de otro modo, he de despertar conciencias contando lo que está pasando ante nuestros ojos. No podemos lavarnos las manos como Poncio Pilato y decir “eso no me incumbe”. Claro que nos incumbe. Es verdad que sueño con un mundo más justo. Sé que esto es una utopía. Sospecho que jamás se logrará. Pero las utopías son necesarias, aunque haya gente que se ría de estas cosas. Lo último que haré será cerrar los ojos ante las injusticias. El día que haga eso, estaré muerto.
Más allá de las páginas: el impacto inevitable de Infierno de Neón
Infierno de Neón es mucho más que una novela de denuncia: es una invitación incómoda pero necesaria a salir de nuestra indiferencia y tomar posición ante una realidad alarmante. Después de cerrar sus páginas, queda la sensación inquietante de haber despertado de una ilusión cómoda y enfrentar la pregunta crucial: ¿qué habría hecho yo en lugar de Matías Vidal? J.R. Barat, con precisión quirúrgica, logra que te identifiques profundamente con sus personajes, especialmente con las víctimas, esas mujeres convertidas en mercancía pero nunca despojadas de su humanidad y esperanza.
Este libro te atrapará por su narrativa trepidante y emotiva, te cambiará, te obligará a mirar más allá de tu propia realidad y decidir si sigues siendo un mero espectador o si te atreves a actuar. Al final, será tu decisión abrir este libro, pero, una vez que lo hagas, ten por seguro que ya no podrás cerrarlo sin haber cambiado algo profundo en ti.
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