Si alguien quiere sentirse excluido de la intelectualidad, no tiene más que buscar entre las listas de los mejores libros que todos los años hacen muchos medios, con la mejor intención del mundo, por supuesto. Es echar un ojo, que los dos da miedo, y descubrir con pavor que se es un inculto de los que ya no existen, porque la sensación de «estoy fuera» es brutal cuando en la lista de los más reputados no aparece ninguno, o casi, de los libros que te has leído este año, ni siquiera los que a ti te parecían mejores.
Da una sensación tan de «pero qué he estado haciendo todo este año, de verdad, qué», no aparecen por ningún sitio obras que cuando has terminado de leer te han dado ganas de buscar al autor por mar y tierra para llenarlo de besos agradecidos; esas que te han despertado tantas emociones que no pensaste nunca que cabrían en un libro; esas cuyos personajes te arrancaron lágrimas, sonrisas, risas, odio y un sin fin de sensaciones porque viviste con ellos, durante y mucho después de leer el libro donde habitaban; esas cuya estructura resultó portentosa, ese manejo de las diferentes personas en el hablar de la novela, esos personajes en primera persona que se desnudaban poco a poco ante tus ojos asombrados de lector; esas que te cautivaron con la primera página, cuyo manejo de la prosa fue algo prodigioso para ti, de las que aún recuerdas frases porque las apuntaste a fuego en tu mente de lo buenas que eran; esas, todas esas que te marcaron este año por su inmensa calidad, resulta que no están, nadie sabe por qué, pero no están.
¿Por qué las listas de los mejores siempre están plagadas de literatura que usa otros códigos diferentes al propio? No digo que fuera de las fronteras de este viejo y transitado lenguaje no se escriba maravillosamente bien (es evidente que sí, que estoy fuera del círculo privilegiado del saber, pero aún llego a eso) pero también me gustaría que se apostase por la literatura en nuestra lengua, no por discriminación positiva, sino porque todos los años hay libros fabulosos en castellano y pocas veces se presentan con el bombo y el platillo que se utiliza para otros.
En fin, no pienso hacer una lista, lo siento, no la voy a hacer, me parece un agravio a todos los demás libros buenos. Si los que hacen las listas supiesen cuánto cuesta escribir un libro dudo que las hiciesen; lo difícil que es insertar todos sus elementos en el lugar correcto, no se atreverían a desechar libros a la ligera, pero me consta que muchos de ellos no tienen ni idea, como tampoco la tengo yo, aunque por lo menos yo lo veo de cerca, veo ese esfuerzo, esa constancia, ese saber hacer, ese valor, esa heroicidad, esa entrega, ese sudor que emplean tantos y tantos autores todos los días, consagrados a que nuestras horas de lectura resultes momentos irrepetibles; eso tiene que tener un premio, que nunca jamás podrá ser una lista y menos una que empiece por «Los más/mejores…»