Marian Izaguirre, la maga de las letras, y Los pasos que nos separan (Lumen)
Marian Izaguirre es una de las mejores escritoras de nuestro tiempo. Y no me duelen prendas decirlo. Sólo hay que leer uno de sus libros para darse cuenta de que estás ante una mujer que no escribe, hace magia con las palabras. Una magia que permite al lector evocar con tal perfección las escenas que ella cuenta que su libros se convierten en películas en 3D en nuestra mente. Si a esto se añade que sus novelas siempre tienen muchas más lecturas de las lineales, pues qué os voy a decir. No, no soy objetiva, ni falta que me hace. ¿Habéis leído algo de ella? Si la respuesta es no, no sé que hacéis leyendo esto. Los pasos que nos separan será un buen inicio. Seguro que después de leerla me dais la razón.
Hecha mi declaración de intenciones, os diré que este libro contiene cuatro vidas, que son muchas más, pero cuatro sobre todo. Todas diferentes y, en el fondo, con el mismo objetivo: buscar hasta encontrar el sitio de cada uno. Es la manera de buscar y encontrar lo que, también en el fondo, nos diferencia.
Marian Izaguirre comienza este libro con un viaje. Salvador, un escultor, ya mayor, quiere viajar aunque el lector aún no sabe para qué. Marina, una joven muy joven, acaba de emprender otro viaje, mucho menos pensado y desde luego no deseado. Juntos visitarán diferentes países que los llevarán justo al pasado del escultor. Y así vamos conociendo a Edita, una mujer fuerte y rota que quiere ser feliz y que ya no es, tan sólo vive en el recuerdo de Salvador y, aquí está la magia, poco a poco, en la mente de cada lector. Una novela en dos tiempos: un pasado, en tiempos convulsos de la vieja Europa (aunque cuáles no lo fueron o son) y un presente que trata de entenderse. Pero, sobre todo, va de sentimientos y psicologías; de errores y debilidades; de fortalezas y heroicidades. La maternidad, el amor o los tropezones de la historia que acaban siendo abismos para los que la viven son algunos de los temas que el lector encontrará en Los pasos que nos separan.
Un libro con una narrativa elegante y trabajada. El detalle como viva imagen del buen escribir. Una forma de plasmar ideas, personas y momentos que hacen que el lector entienda lo que está pasando no sólo con lo que hacen, piensan, dicen o sienten los personajes; sino que también nos ayuda a saber qué pasa con lo que callan, con lo que respiran, con lo que ven e incluso con lo que no ven. Un rabo de largartija puede ser la clave de una escena que ya de por sí es potente. A esto me refiero cuando hablo de la maestría de Marian Izaguirre.
Cada palabra tiene su sitio, como ya ocurría en La vida cuando era nuestra. (Por cierto, podéis ver aquí la entrevista que le hicimos entonces). Nada está al azar donde está, porque esta escritora cuida que las palabras ensamblen, una detrás de otra, de manera que formen una pócima que se convierte en un pasaporte hacia el mundo que plasman sus libros. Sus personajes son tan potentes que no se olvidan. Aún vivo con Alice y Lola y ya tengo aquí a Edita. Una delicia que me deja siempre con la esperanza de que no tarde en publicar la siguiente novela.
¿Quién puede ser objetivo cuando recibe un presente así? La visita a Trieste en los años 20 y su comprensión social, cultural e histórica; vivir en Ibiza un tórrido verano o visitar Liubliana antes y ahora. Todo esto mientras vives otras vidas desde el pensamiento de los personajes y lees volando un libro que quieres leer despacio ¿Quién es capaz de no rendirse a la evidencia? Que tire la primera piedra. Yo me quedo aquí haciendo preguntas a Marian Izaguirre:
¿Cómo surge la idea de contar esta historia?
Casi nunca surgen de un solo hilo. Siempre confluyen varias cosas a la vez. En este caso, quería hablar de las trastiendas del amor y la maternidad, de las renuncias, de los errores… del dolor intenso de la culpa. En definitiva de las contradicciones y las desdichas que van pegadas a los grandes y nobles sentimientos.
¿Por dónde comenzaste a escribir la novela?
Tal y como el lector la va leyendo. Así. Con sus saltos temporales y sus viajes entre presente y pasado.
¿Por qué Los pasos que nos separan?
Porque en la escena central de la novela, la más trágica y dolorosa, esos tres pasos (los que separan a Edita de su hija, por un lado, y del hombre que ama, por el otro) son la distancia más inmensa que puedo imaginar.
¿Por qué en esa época y en esos escenarios?
Porque somos presente… pero también pasado. A veces futuro por venir. Porque todo el tiempo forma parte de nosotros. Y porque Trieste recoge todo eso. A veces más. Y Barcelona oye los ecos de lo que un día ocurría en Trieste. Sesenta años atrás.
¿Es un canto al derecho a poder decidir, a la libertad de actuar?
Por supuesto. Todas las decisiones tienen costes. Y saberlo es la mejor manera de tomarlas con libertad. No hay nadie más libre que aquel que decide habiendo sopesado los pros y los contras.
¿Cómo consigues personajes tan reales, tan de carne y hueso?
Dedicándoles muchas horas. Escuchando sus voces, oyendo sus pensamientos. Enhebrándolos como hilos de un bordado, que tienen que tener color, pero sobre todo que tienen que adquirir forma.
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Cuéntanos algún truco que uses para que tus novelas fluyan…
Escucho. Trabajo en silencio. Y escucho.
Los pequeños detalles también hablan de lo que cuentas, cómo los eliges: los dos hombres caminando por la playa, la lagartija plantada en medio de la calle, el arco romano..
Son muy importantes: testigos mudos de algo que pasa dentro de los protagonistas. Les sirve de espejo.
¿Qué has aprendido escribiendo esta novela?
Que no estamos solos, ni somos únicos. Que los seres humanos no tenemos bordes precisos.
Según tu perspectiva, ¿qué tiene que tener un buen escritor para serlo?
Ser un gran lector. No se me ocurre otra cosa.
La última, ¿qué te gustaría que pensase el lector cuando termine de leer Los pasos que nos separan?
Quizá que piense un poco en la clemencia. En la generosidad de ser capaz de perdonarse a uno mismo.
Cuéntanos qué te ha parecido la entrevista y compártela, es la mejor manera de saber que aprecias nuestro trabajo.