A mi generación nos educaron para ser los mejores en todo, pero nadie nos dijo qué hacer cuando las cosas no funcionaban
Sergio Hernández Carrasco nace en Valencia en 1994. Es filólogo hispánico por la Universitat de València, guionista y locutor de radio. En 2015 publica su primera obra, «365 primeras citas», donde expone su visión lírica y emocional de un mundo posmoderno que le ha dado la espalda a lo humano. Recientemente ha visto la luz su último libro, «La última canción de primavera», publicada por Olé Libros. Su obra está influenciada de forma transversal por novelistas, dibujantes y directores de cine. Destacando, entre otros, Haruki Murakami, Inio Asano o Wong-Kar-wai.
¿Por qué La última canción de primavera es una obra compuesta por tres relatos?
Desde el principio tuve la necesidad de contar una historia íntima y honesta, que retratase la sensación descorozonadora de la madrugada en la ciudad de Tokio. Una novela era un formato demasiado extenso y que requeriría de muchas más capas para contar esta historia, sin embargo, tres relatos podían sintetizar ese sentimiento de una forma mucho más sencilla y asequible para el lector. A mi parecer, fue la extensión adecuada.
¿Cómo un autor valenciano termina escribiendo una obra ambientada en Japón?
Debemos entender que vivimos en una sociedad en la que el neoliberalismo y el capitalismo han calado por completo en el imaginario afectivo y social. Cada vez nos autoexplotamos más, nos exigimos con voracidad y no nos perdonamos no rendir al máximo. Caminamos hacia la deshumanización de una forma alarmante. Las emociones han quedado reducidas a detalles, pese a que alaradeamos de ellas de forma pornográfica en redes sociales. Japón es el paradigma de este movimiento sociológico en el que nos hallamos inmersos, la posmodernidad. Y Tokio, más concretamente, es el gran ejemplo de ello. Una ciudad repleta de seres que apenas se mira y se tocan, que se recluyen en casa durante años o que se explotan hasta vías insanas. Ambientar esta historia en Tokio era prácticamente una exigencia del guion. Si quería hablar acerca de la posmodernidad, de las heridas del alma en este siglo XXI, tenía que hacerlo en sus calles. Era el escenario más verosímil.
¿Cuál es el germen de La última canción de primavera? ¿En qué momento nace la semilla de esta historia?
En mi caso todo nace de las imágenes. También esta obra. A veces las ideas surgen sin esperarlo; otras, tras perseguir los detalles que tengo la cabeza y unirlos con mucho cuidado. Siempre trabajo a partir de un concepto o sensación que me obsesiona. Tiro de esa cuerda hasta que tengo una idea general de la obra. Es un proceso complejo pero muy íntimo. Esta vez apareció ante mí un veinteañero que debía dejar a la novia de su mejor amigo por él. El resto se escribió solo en los miles de apuntes y anotaciones que sucedieron a aquel momento.
¿Cómo podrían sintetizarse los tres relatos de una forma clara y sencilla?
Los tres tienen muchísimos elementos en común. Principalmente, su forma de tratar las emociones. Además, estos seis personajes tratan desesperadamente de encontrar su lugar en un mundo que les ha dado la espalda. El primero está más focalizado en la veintena y en la forma atroz en la que puede llegar a condicionarnos el pasado. El segundo ahonda en las diferencias generacionales y en la capacidad del tiempo a la hora de transformarnos en personas totalmente distintas a quienes solíamos o queríamos ser. Finalmente, el tercero explora algo tan delicado como la dificultad de la redención antes de la vejez.
Desde el título está presente la música. Es más, cada relato se presenta bajo la cita de un músico célebre: Ian Curtis, Duke Ellington y Patti Smith. Jazz y rock de los años 70. ¿Por qué adquiere tanta importancia este elemento en tu narración?
Como decía antes, vivimos en un mundo posmoderno. Estamos constantemente rodeados de estímulos que condicionan nuestra forma de comprender el mundo. Anuncios, música, colores, publicidad… Todo ello es imprescindible para entender la cultura pop y de occidente. Por ello, sería impensable tratar de escribir un relato realista sin incluir algunos de estos elementos. Pese a todo, y como músico, concibo la vida de una forma intrínsecamente musical. Estamos rodeados de ella en todo momento. Hasta el silencio es música. Una vez entiendes eso, es inevitable no mimetizarse con ella e incluirla en los mundos que creas. En este caso hay un intertexto muy especial entre la música y los protagonistas del libro. Quien sea capaz de descubrir todo el subtexto que esconde cada canción se topará de lleno con muchas más capas de las que pueden leerse solo mediante las palabras. Todo está pensado y elegido con atención, en esta obra nada es casual.
Incides mucho sobre las llagas y las heridas del alma humana. ¿Cómo llega uno a la conclusión de que debe escribir sobre ese imaginario del dolor?
Creo que para llegar a esta conclusión, para escribir con la convicción de enunciarse desde el dolor, hace falta comprender el momento tan frágil que estamos atravesando a nivel humano. Mi generación, la generación millenial, es la más deprimida y atormentada de todas. La depresión, la ansiedad y otras patologías de carácter psicológico han arrasado entre la gente en la veintena y treintena. Nos sentimos más solos en el mundo que nunca, y lo que es más preocupante, hay una tendencia positivista que no ayuda a comprender los laberintos emocionales que nos oprimen. Es abrumador, pero real. La literatura siempre debe tener un compromiso social, una voluntad por apelar a la época en la que escribe y tratar de sintetizar sus problemas. Por tanto, escribir desde el dolor, desde el aislamiento, es una forma de apelar a esos sujetos atravesados por la melancolía y la soledad. Por esas personas heridas que no comprenden muy bien qué está pasando en su vida. A mi generación nos educaron para ser los mejores en todo, para ser lo más preparados, pero nadie nos dijo qué hacer cuando las cosas no funcionaban. Si comprendes ese pesar, esa sensación pegajosa y difícil de despegar del cuerpo, entonces tomas tomas la decisión de escribir historias como esta.
Una de las cosas más llamativas son las fuentes de las que bebes. Desde escritores hasta directores de cine, dramaturgos, músicos o artistas del cómic. Un escritor que no solo lee, sino que vive la cultura en primera persona. ¿Cómo de importante es la transversalidad en tus influencias?
La transversalidad es clave para desarrollar un imaginario complejo y capaz de entender la cultura y el arte desde muchos lenguajes y códigos. Un artista que quiera nutrirse al máximo debe ir al cine, debe leer narrativa, poesía y cómics, ir al teatro y visitar museos, escuchar música sin cesar y vivir. La complejidad de todo ello radica en hacerlo con sensibilidad, en estar atento a esos pequeños detalles. Hay que ver el mundo a través de unos ojos que no son los habituales, hay que estar receptivo y sensible para que todos esos discursos culturales calen y te ayudan a construir un imaginario coral, compuesto por material de todo tipo. Creo firmemente que si un escritor solo se limita a escribir y a leer, por muy profesional y apto que sea para ello, jamás llegará a tener una visión global del concepto que quiere desarrollar. La transversalidad es clave. En este caso, fue tan importante Haruki Murakami (escritor), como Inio Asano (dibujante y guionista) o Wong-Kar-wai (cineasta). De no haberme empapado de la obra de alguno de ellos, esta obra jamás habría podido llegar a escribirse.
¿Te consideras un escritor de mapa o de brújula? Cuéntanos cómo ha sido trabajar en este proceso creativo.
Siempre de mapa. Me gusta mucho la sensación de andar siguiendo la brújula sin conocer muy bien el camino. Aunque eso solo me funciona cuando he diseñado un mapa detallado del trayecto que voy a realizar. Sé el lugar desde el que parto, así como el lugar al que quiero dirigirme. Conozco los sitios en los que apearme y cuánto tiempo debo estar en ellos. Sin embargo, hasta que no planifico todo a la perfección no me lanzo a emprender la aventura. Luego siempre me permito improvisar y cambiar las cosas que no funcionan, pero sin un mapa es posible que acabase perdido en la primera bifurcación, y eso no me lo puedo permitir si quiero vivir algún día de la escritura.
Además, eres filólogo, guionista y locutor de radio. ¿Cómo ha influido esta formación en tu imaginario narrativo?
Por fortuna ha influido positivamente. Siento un amor incondicional hacia el mundo de las letras y de la lengua. Estudiar filología me ha servido para comprender cómo no debía hacer las cosas y me ha enseñado los secretos de los clásicos. Una vez vives eso, es imposible que no termine calando en tu imaginario creativo. A su vez, mi trabajo como guionista y locutor de radio me ha permitido la posibilidad de estar en contacto con la cultura, comprenderla mejor y ser capaz de acercarme hasta agentes culturales que me han apoyado y aconsejado siempre acerca de las mejores decisiones artísticas. David Trueba, Isabel Coixet, o Icíar Bollaín son algunas de las personas de las que más he aprendido. Cada día doy gracias por esas oportunidades que brinda el periodismo y la prensa. Los filólogos deberían estar más cerca de los medios. Es innegable.
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