La gran aportación de Diocleciano fue la noción de que debía dividir el Imperio para garantizar su unidad
Por: José Antonio Olmedo López-Amor
La novela se presenta el jueves 4 de noviembre en Ámbito Cultural de El Corte Inglés de Colón (Valencia) a las 19.00 h.
Gregorio Muelas (Sagunto, 1977) es historiador, escritor, poeta y editor valenciano, codirector de la revista literaria Crátera y autor de un libro de ensayo, un libro de guiones cinematográficos y seis poemarios. Escribe crítica literaria y cinematográfica, es miembro de la junta directiva de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios y actualmente se encuentra en fase de promoción de El primer tetrarca, su primera novela, ambientada en la antigua Roma y publicada por la editorial valenciana Olé Libros.
ENTREVISTA
¿Qué te ha impulsado a escribir la novela El primer tetrarca?
Mi primera vocación como escritor fue la de narrador, luego, con los años, me fue ganando la causa poética, y de hecho es en el género lírico, junto al de la crítica literaria, en el que se me ha reconocido hasta la fecha. Soy historiador, y como tal, siempre me ha apasionado la antigüedad clásica, sobre todo la Antigua Roma. Animado por el deslumbramiento que supuso para mí la lectura de Memorias de Adriano (1951) de Marguerite Yourcenar, empecé a plantearme el proyecto de la novela, de esto hace casi diez años. A principios de 2010 escribí los dos primeros capítulos, luego el proyecto permaneció en el cajón durante varios años, retomándolo de vez en cuando, sobre todo durante los períodos vacacionales. Pero hace dos años, aceptando el reto lanzado por Antonio Alcolea, mi editor, quien conocía la existencia del proyecto, me enfrasqué de lleno en él con la ilusión de verlo por fin terminado.
¿Cuáles han sido tus referentes literarios?
Tal vez el más importante ya lo he citado, las memorias del emperador Adriano bajo la pluma de la gran escritora francesa de origen belga, fue un gran estímulo para acometer el trabajo y asumir de esta forma el reto de redactar las memorias ficticias de otro gran emperador romano, Diocleciano. Otras lecturas también fueron fundamentales: Yo, Claudio (1934) de Robert Graves, que siempre he admirado, pues su autor se consideraba ante todo poeta y sin embargo es mundialmente conocido por su bilogía dedicada al cuarto emperador de la dinastía Julio-Claudia; Juliano el Apóstata (1964) de Gore Vidal; Espartaco (1951) de Howard Fast; y, sobre todo, Los idus de marzo (1948), de Thornton Wilder, que me mostró una forma diferente de escribir ficción histórica. El gran referente actual en España es, sin duda, Santiago Posteguillo, al cual he de confesar que no he leído hasta culminar mi novela, seguramente para evitar ser influenciado.
¿Por qué Diocleciano? ¿Qué nos puede enseñar este personaje a los lectores del siglo XXI?
Diocleciano gobernó durante veinte años, un período dilatado de tiempo que se podría equiparar al de otros grandes emperadores, como Augusto, Trajano o Septimio Severo, todos ellos dedicaron su esfuerzo a perpetuar la paz, tanto en el interior como en las fronteras. La gran aportación de Diocleciano fue la noción de que debía dividir el Imperio para garantizar su unidad, un concepto paradójico a priori pero que; sin embargo, se tradujo en uno de los períodos de mayor estabilidad de la historia de Roma. Diocleciano se dio cuenta de que el Imperio era demasiado grande para ser gobernado por una sola persona y decidió delegar en oficiales competentes que le debieran su ascenso. Este pacto político no era del todo novedoso, pero sí era la primera vez que alguien tomaba conciencia de la necesidad de repartir el poder y desviar su centro, negándole a la Ciudad Eterna la capitalidad del Imperio. Todo esto no obedeció a un plan premeditado, sino que fue surgiendo y adaptándose a las circunstancias del momento. No obstante, aunque el título de la novela hace alusión al fundador de ese nuevo sistema de gobierno conocido como la Tetrarquía, hay un personaje todavía más relevante, con el que acaba este período: Constantino, futuro Constantino el Grande, su ascenso al poder supuso el primer gran contratiempo del gobierno de cuatro implementado por Diocleciano y en realidad el germen de su posterior disolución.
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¿Por qué crees que la época de la Tetrarquía ha sido tan poco novelada?
En efecto, esta época ha sido muy poco novelada, de hecho solo conozco dos títulos que la abordan, aunque por lo que sé, tangencialmente: Martyrium: el ocaso de Roma, de Santiago Castellanos, y La Guerra en el fin del mundo, de Ian Ross. No las he leído ni antes ni después, más por la escasez de tiempo que por falta de interés. Creo que esto ha ocurrido porque en realidad se trata de uno de los períodos más complejos de la milenaria historia de Roma. También puede deberse a la escasez de documentos, que como es usual tienden a contradecirse en muchos aspectos. El hecho de tener que recorrer la geografía del Imperio, desde Britania hasta Persia, también puede haber supuesto un hándicap para abordar un proyecto de tales dimensiones.
¿Cuál ha sido el mayor reto al que te has enfrentado al escribir esta novela?
El mayor reto ha sido el de introducirme en la piel de unos personajes que no solo existieron realmente, sino que también influyeron con sus decisiones en la vida de millones de personas. Tratar de averiguar cómo pensaban y hablaban estos grandes dignatarios me obligaba a estudiar diversas disciplinas: relaciones internacionales, mitología, filosofía, etc. Desde el primer momento tuve claro que debía escribir en primera persona, contemplar los hechos desde su punto de vista, pues esta era la mejor opción para humanizar a unos personajes que se conducen en un mundo dominado por la crueldad y la violencia. Otro reto no menor fue el de recrear a los diversos personajes femeninos, sobre todo los de Minervina y Fausta, que tanto peso tienen en la narración.
¿Con qué personaje o hecho histórico concreto te identificas más?
Sin duda, con el de Constantino, verdadero protagonista de esta historia, pues a través de las páginas de la novela asistimos a su formación política, militar y sentimental, que será determinante en el futuro. Constantino seguirá los pasos de su padre, Constancio, y heredará de él su sabiduría y su templanza para tratar de superar las adversidades del momento y seguir cumpliendo con su ingente tarea.
La novela incluye información sobre numismática, arquitectura, escultura, fotografía, etc. ¿Qué nos puedes decir de esto?
Como decía anteriormente, la recreación histórica de esta época me exigía acudir a diversas disciplinas para tratar de completar las fuentes escritas. Así, para reconstruir el carácter de los personajes fue de gran ayuda la numismática y la escultura, pues siempre he pensado que en las efigies y los bustos de los emperadores han quedado marcados algunos rasgos de su personalidad. Por su parte, la arquitectura me permitió reconstruir de forma fidedigna los escenarios donde se desarrollaba la trama. La geografía también ha sido de gran ayuda, pues se trata de una novela muy viajera. En definitiva, el proceso de creación literaria se ha desarrollado a la par que una gran labor investigadora, todo con el fin de trasladar al lector el ambiente de la época de la forma más plausible.
¿Piensas escribir una segunda novela como continuación?
Me gusta mucho esta pregunta pues, en efecto, habrá una continuación, dado que el proyecto nació como una bilogía pero que con el tiempo se ha transformado en trilogía, esta segunda y la tercera parte se centrarán en la vida de Constantino, su afirmación en el poder mediante una serie de cruentas guerras civiles, primero contra Majencio, y luego contra Licinio, y, sobre todo, en la adopción del cristianismo como culto oficial del Imperio. Tratar de descifrar sus motivos será uno de los grandes retos a los que me enfrentará en el futuro.