De Vidal, vidalia
Recibo Flores de la inocencia (Olé Libros, Valencia, 2020), previa consulta de su autor, José Luis Vidal, que me quiere y me respeta tanto que no me pide para sí tiempo de mi jubilación, sino que me regala frutos exquisitos y bien escogidos de horas de estudio y de creación en la suya. Explica Jaime Siles en un ensayo sobre la Eneida que Virgilio diseña un héroe sobreabundante de piedad y escasísimo de furor; toda mi vida he querido ser pío, sobre todo en los años de vida que me restan, mas me mueve a furor la intempestiva invasión de centones éditos o inéditos de quienes piensan que nada puedo hacer mejor que consumir mis horas leyendo sus ocurrencias que, sin pudor alguno ni respeto a mis ya escasas canas, me envían.
Repito: José Luis Vidal me consultó previamente. Y heme aquí disfrutando su palabra medida, llena de piedad y exenta de furores, sometida conscientemente al arte de buen trovar. Ha trazado un esquema flexible: poemas breves de nueve versos y en metros ligeros, armónicos y oscilantes. Pocas veces alcanza el endecasílabo, combina los de cinco, siete y nueve sílabas y, muy raramente, algún pie trisílabo. La brevedad de los versos le permite al lector apreciar instantáneamente gallardías del pensamiento, joyas de la dicción, y así nos conmueve definiendo su paternidad como sustancia de su anhelo mientras se siente arrebatado por un azor azul. Piedad: lleva a su padre incorporado en sus pulsos, laten en sus manos las manos de sus hijos, que ya se le escapan; por ellos y en ellos se hace palabra desde su carne.
Frente a la canción trovadoresca, de gran empaque sonoro, aunque en principio sus esquemas fueran libremente dispuestos y luego disciplinadamente respetados por el autor, Vidal opta por la estructura breve, constantemente variada y modulada, sólo sujeta a la cantidad de versos, siempre nueve. Ni siquiera la rima es constante y, cuando suena, espira vocales, no se ata al tañir de las consonantes, y se desliza por los versos pares, excepto cuando liga el final con la misma voluntad de subrayar sonoramente los conceptos con la que nuestros clásicos cerraban sus liras y octavas y los ingleses sus sonetos desviados del itálico modo:
A Paco Albert en su agonía
Te traigo
este breve murmullo,
humano, torpe,
impuro,
ahora junto a ti.
Y tú, harto del humo
de tantos ritos falsos,
te abrazas a mi bulto,
que ya no es tu mundo.
Hay quienes niegan el simbolismo fónico, allá ellos. Hay quienes braman contra la rima, con su pan se lo coman. Pero poetas y lectores de mucha sensibilidad notaron que la ú los sobrecoge o asusta o entristece, desde la famosa “unda recumbit” de Horacio a la “infame turba de nocturnas aves” de Góngora y a este Vidal que aduzco.
¿Y qué decir del balanceo conceptual, corpóreamente sustentado por los garbosos encabalgamientos? Óigase:
Amo las nubes. Sus vaivenes
de ser y de no ser
me afectan. Ellas nacen
de un amor sin sentido
que, azul azor,
picotea mis pétalos.
Las nubes, luces
y sombras de mi mal
de altura.
Bullen las rimas internamente, la multiplicidad de vocales tónicas diluye la oscuridad de la u acentuada, las fricativas sugieren movimientos sordos, las laterales y vibrantes le dan ligereza y rumor al vuelo. Vidal hace sus versos para que suenen. Digámoslos para oírnos. Azul azor. ¡Y cómo se eleva!
Hace años tuve la dicha de editar y anotar las jaiquillas de Antonio Piedra. Hoy soy feliz divagando brevemente sobre estas estrofas de José Luis Vidal que me han dado un ligero quebradero de cabeza para nombrarlas. No son novenas ni novenillas, porque se mezclan medidas y no responden a viejos ritos, como el de las coplas castellanas; por lo mismo no son nonas ni nonillas, aunque en ellas lo par cuente menos que lo impar. Si a una décima que el autor llamó redondilla los demás la llamamos espinela, llamemos a esta estrofa vidalia, que para eso tiene padre conocido.
Antonio Carvajal
Motril, 24 de noviembre de 2020