Antonio Iturbe está de enhorabuena, el escritor zaragozano ha recibido recientemente el Premio Biblioteca Breve 2017 por su novela ‘A cielo abierto’ (Seix Barral). Lo primero que quizá sorprenda al lector es que esa ‘brevedad’ alusiva al premio es relativa ya que la novela nos cuenta a lo largo de más de seiscientas páginas las proezas de tres grandes amigos que marcaron la historia de la aviación, siendo además un homenaje a uno de estos tres, al autor de la famosa novela (o cuento) esta si más breve, El Principito: Antoine de Saint-Exupèry, un escritor inolvidable que supo ver la realidad con ojos de niño. Para quien no conozca a Iturbe, comentar que ha publicado las novelas Rectos torcidos (2005), Días de sal (2008) y La bibliotecaria de Auschwitz (2012), ganadora del Premio Troa «Libros con valores», además de ser autor de la serie de libros infantiles Los casos del Inspector Cito, traducida a seis lenguas y de la serie La Isla de Susú. Como periodista cultural, ha trabajado en El Periódico, en Fantastic Magazine y en Qué Leer, revista de la que fue director durante los últimos siete, y ha colaborado en radio y en publicaciones como Fotogramas o Avui. Actualmente es director de la revista Librújula, colaborador en Cultura/s, El País, Heraldo de Aragón y Mercurio, e imparte clases en la Universitat de Barcelona y en la Universidad Autónoma de Madrid.
Al parecer Iturbe ha dedicado cuatro largos años a ‘A cielo abierto’, por lo que le pregunto si en ese trayecto literario cruzó por valles y montañas, si hubo momentos de luz y desánimo, como también se trasluce en la historia de su tocayo en la novela; si comparte con él alguna coincidencia más. Afirma que sí, que “efectivamente, esa para empezar, el tema de la duda, de la incertidumbre”. De hecho lo matiza diciendo: “si sigues escribiendo al cabo de los años te planteas si vas bien, si no vas bien, si tiene sentido.” Comparte también, añade: “el sentido que él tiene de mirar las cosas, que se trasluce en sus libros, ese sentido en el cual él quiere la literatura para contar historias y para que nos preguntemos cuál es nuestro lugar en el mundo y, sobre todo, nuestro lugar en el mundo respecto a los demás, cómo nos relacionamos con los demás, cómo son los hilos que tendemos.” No solo eso, Iturbe dice que hay una idea del piloto y escritor francés que le gusta mucho, “esa idea suya de que al final el mundo es un nudo de relaciones, de que nosotros al final somos hilos y, al final, lo que importa es como cosemos ese tapiz entre todos, ese sentido humanista de Saint-Exupèry me interesa mucho.”
Y es que a Antonio Iturbe lo que le interesa es la literatura que se pregunta, que busca respuestas, la literatura del asombro de vivir frente a la del escepticismo. Asiente afirmando que para el “la literatura siempre ha sido fuente de grandes alegrías, de grandes satisfacciones, me ha multiplicado la vida”, y añade que él lo que quiere hacer cuando escribe “es justamente trasladar esa fascinación y ese asombro por la literatura.” Afirma que le interesa más “un tipo de literatura un poco más de trampolín, de catapulta” frente a ese tipo de libros “que ahondan en la nausea, en lo disfuncional, en la derrota sobre la derrota”.
Remontamos la entrevista preguntándole por su experiencia propia como ‘piloto’ a la hora de documentarse, el hecho de plantearse escribir una novela con tanta aventura en el aire, en la cabina de un avión, sin haber pilotado una aeronave. Sonríe y me sorprende al contarme que “sí que es verdad que llegó un momento en el que me planteé que para escribir un libro así tenía que experimentar como mínimo un poco sensaciones, un poco notar la vibración del momento”. Algo que no tuvo que ser sencillo pues me confiesa a reglón seguido que “aunque yo tengo un poco de vértigo y soy poco amigo de volar, pensé que debía hacerlo.” Dicho y hecho, encontró una fundación que disponían en uso de tres aparatos Bücker de los años 30. “Me hice socio de esta fundación aérea y volé en uno de esos aparatos y pude experimentar. Podría decirse que piloté durante dos minutos, el piloto iba atrás, son estos aparatos descabinados en los que va uno delante y uno detrás… Fue una experiencia bonita, muy corta, por mi cobardía no creo que repita muchos más vuelos, pero sí que creo que fue importante para escribir la novela.”
Volar en el aire, ‘a cielo abierto’ como el título de su novela se me antoja parte de otro paralelismo con el del escritor que vuela entre ideas para hacerlas aterrizar en el papel o en la pantalla del ordenador, así que le pregunto al respecto. “Todos estamos hechos de muchas cosas y el escritor, naturalmente también”, afirma, “tienes tu momento de trascendencia cuando te pones detrás del ordenador, en tu mesa, y te pones a escribir, y luego no dejas de ser una persona con tus defectos, mundana, que a veces te tienta quedarte a ver el partido de fútbol del Barça en vez de ponerte a escribir y, bueno, uno es así siempre, poliédrico entre el cielo y el suelo.”
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