«El príncipe de los piratas» nos aborda de la mano de Edmundo Díaz Conde

el principe de los piratasEdmundo Díaz Conde nos regala El príncipe de los piratas (Algaida). Un libro tremendamente adictivo lleno de aventuras. 

Además de rescatar la figura del pirata, poco tratada por la literatura española, Díaz Conde también aborda de temas de fondo como la lealtad, los nacionalismos y la libertad. Todo regado con sus correspondientes tesoros, islas del Caribe, asedios, codicia y mujeres valerosas. Una delicia que hará que el lector no se lo piense y se embarque con Edmundo en esta aventura llena de bucaneros y filibusteros.

 

«La historia de Íñigo Santa Cruz, tan falsa como todas las leyendas y tan cierta como cualquier historia de piratas». así termina la sinopsis de este libro, perfecta como definición de esta novela.

 

Además de ésta, Edmundo Díaz Conde tiene en su haber cuatro novelas publicadas, entre las que destacan La ciudad invisible o El veneno de Napoleón.

 

Para conocer más de su obra y de este libro entrevistamos a Edmundo Díaz Conde:

¿Cómo surgió la idea de escribir esta novela?

Bueno, a menudo me he preguntado qué se me venía a la cabeza con la palabra PIRATA. Y de ahí viene todo. Pues bien, la respuesta brotaba ipso facto, como el conejo de la chistera… ¡Pirata!: una playa de arenas blancas y finas, el cielo despejado rumbo al crepúsculo, una mujer enamorada al lado, la botella de ron, el entusiasmo de la juventud, el coraje (que los años aún no han hecho flaquear) y, cómo no, fondeada a cien metros de la playa, la nave fiel, un barco capaz de conducirte al fin del mundo en pos de la aventura definitiva, de la última misión. Eso, y que el pirata fuese español, un hombre atractivo, pero de pasiones a flor de piel, con virtudes y vicios reconocibles, y que tuviese una hija, una niña a la que amase más que a su vida.

¿Tienes algún objetivo concreto con ella?

Emocionar al lector, conmoverlo de manera curativa. ¿Curativa?: podrá preguntarse alguien. Quiero decir que la vida es tan dura, a veces, tan injusta, que el lector  tiene derecho a sentir y a pensar algo que le acaricie el corazón, que le impulse a soñar. Lo que deseo profundamente es que el lector conecte con el niño que lleva dentro y que, cada vez más a menudo, se ve obligado a acallar. Ese niño se maravilla, aún no conoce la verdadera profundidad del miedo y, además, conserva una ganas insaciables de divertirse. Si el lector se divierte la mitad de lo que yo me he divertido escribiendo la novela, me daré por satisfecho.

piratas1¿Los piratas han ido perdiendo el brillo romántico a medida que avanza el tiempo?

Los piratas han sido, son y serán siempre desesperados, en la mayoría de los casos y, en ocasiones, gente de apetitos voraces. El icono del pirata romántico se nos transmite por la vía literaria, a lo largo del siglo XIX, y a través del cine, en el XX. ¿Refulge menos que antes? Lo dudo. Todos necesitamos la ficción y los sueños (incluso cada día, cada noche) , y cuando un icono arraiga, somos como niños que difícilmente acceden a desprenderse de su juguete predilecto.

¿Somos los españoles tan piratas como parece o lo fuimos más?

En la época dorada de la piratería,  cuando se desarrolla la trama de mi novela, los piratas españoles no proliferaban, estrictamente hablando, porque España era el Imperio colonial y los piratas eran otros. Y, por cierto, atacaban a traición. Por eso me propuse que mi valeroso protagonista fuera un hombre de la tierra. Dicho esto, un país como el nuestro, ingrato, desmemoriado, que olvida a sus héroes, a sus nombres ilustres, que ensalza y admira a los sinvergüenzas y caraduras, que empuja a la marginalidad, a la emigración y, actualmente sí, a la piratería, ¿merece lealtad? Disfrutaría si el lector encontrase las respuestas adecuadas en mi universo de ficción. Éste era el desafío.

¿Dónde reside el encanto de El príncipe de los piratas?

¡Ah, el encanto!, permítame que exclame. Lo tenía Scott Fitgerald, R.L. Stevenson también; no obstante, hay estupendos escritores impermeables al encanto, sus libros tienen eficaces efectos somníferos y dan el soberano coñazo. El encanto es una magia sutil, un brillo que sugiere, fascina, seduce. Creo que en cualquier clase de arte, el encanto es como el atractivo físico: puedes cultivarlo; pero, o estás tocado por la varita o… Con estos mimbres, ¿pretende usted que tenga la audacia de localizar, en caso de existir, el encanto de mi novela? Digamos que es un privilegio que debe corresponder sólo al lector.

Cómo es su proceso creativo, ¿cambia con cada novela o siempre sigue las mismas pautas?

En mi caso, cada novela dispone de su propia génesis, y, en consecuencia, de su propio tempo y un distinto protocolo creativo. Me refiero a horas dedicadas, a modo de estructurar el tiempo empleado y a forma de trabajar. En el caso de «El príncipe de los piratas» todo el proceso estuvo subordinado al hecho de que se trataba de una aventura profundamente romántica en la que tenían prioridad las emociones de los personajes (celos, envidia, lealtad, compasión, ambición de poder, valor…). Sin olvidar las dos ideas que repicaban en mi cabeza todo el tiempo: Muchacho, me decía, no olvides que es una aventura en pos de un gran tesoro y una aventura en pos del amor, el amor de un padre hacia su hijita y hacia la joven que le roba el corazón.

 

¿Qué tiene que tener un buen escritor para serlo?

Un ángel de guarda; o sea, alguien que vele por sus carencias, que compense sus insuficiencias, que lo complete. Creo que todos somos radicamente insuficientes, pero un escritor aspira a monologar y a que sus monólogos tenga eco. Necesita sentir más, ver más, oír mejor que el resto. Imposible sin un ángel de la guarda; en particular, si eres un hombre y piensas, como yo pienso, que nuestro universo emocional es infinitamente menos rico que el de la mujer. ¿Por qué, me pregunto, el noventa por ciento de los escritores masculinos son incapaces de escribir una historia de amor interesante, suculenta, deliciosa, encantadoramente romántica, que interese a las mujeres? Porque el noventa por ciento carece de ángel de la guarda. Mi privilegio es tenerlo, y, aún así, no sabré nunca si pertenezco al noventa por ciento mayoritario o al diez por ciento restante.

 

¿Qué le gustaría que pensase el lector cuando terminase de leer El príncipe de los piratas?

Pongamos que llega a la última frase. Deseo que los ojos del lector estén especialmente brillantes. Mientras, una sonrisa se dibuja en su cara, cierra el libro, entorna los ojos, suspira y piensa: «No podía ser de otra manera. Es justo que sea así».  Entonces, en ese preciso instante, yo brindo por ese lector y por la justicia poética.

 

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